miércoles, 19 de marzo de 2008

El señor del café


Sé que muchos escritos comienzan de forma semejante a esta, pero fue lo que pasó.


Me miró.

A diferencia de muchos no se trata de un encuentro casual que después de mucho debate, experimentación e intervención divina termina siendo la culminación máxima del romanticismo en la vida de los involucrados. Au contraire, el señor no me miraba de manera indescifrablemente seductora, sino como si fuera yo un espécimen atrapado entre dos hojas de vidrio y me encontrara debajo del microscopio el cual se observaba a través de sus lentes redondos. Sí, el señor del café, mi señor.


Por lo general me desagrada recurrir a descripciones infinitamente detalladas acerca de la estética de los personajes de estos encuentros casuales, sin embargo, este señor, llamémosle Manolo amerita aunque sea una breve descripción. El cabello de Manolo le cubría la nuca y semejaba el color de la taza de café que tomaba, por encima de él llevaba una gorra de esas de baseball, portaba lentes redondos de armazón grueso y su complexión era de buen comer. Manolo aparentaba ser buen tipo, aquel que nunca se casó por no encontrar a su chica ideal, sólo para llegar a las treinta y cinco y darse cuenta que quizá debió haber buscado a su chico ideal. Seguramente tenía un perro, al cual habría nombrado Comandante por sus aspiraciones de revolucionario socialista que se veían reprimidas al trabajar en la compañía de venta de empaques para cebollas de regadera. Y definitivamente era un tipo que le gustaba tomar leche caliente con chocolate por las noches, mientras usaba calcetines gruesos que le llegaban a medio chamorro y veía viejas grabaciones de un caballo de nombre Mr.Ed.


De momento, Manolo se encontraba sentado en una butaca tomando café, mirándome. Sus ojos se enfocaban en diversas localidades de mi cara mientras yo articulaba alguna estupidez a medio pensar por observar a Manolo de vuelta. Deidades sabrán que fue lo que encontró interesante en mi apariencia aquella mañana, pero lo hizo, por lo cual en este espacio en el tiempo me encuentro escribiendo vagas oraciones sobre la posibilidad de su ser.


Les seré honesta Manolo irrumpió con la tranquilidad de mi mañana, se robó mi té con su mirada y la jalea en mi pan sabía compartida. Se convirtió en el parásito de mi desayuno y el causante de mis estupideces a medio pensar. Manolo tomó mi mañana y la hizo suya, o bien, yo lo tomé a él y lo hice mío. Depende de qué lado de la mesa está uno sentado.

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